lunes, 31 de agosto de 2009

¿Ligth Masonry?


Por: Álvaro José Díaz


En el viejo telón del Ayacucho, en la angosta rúa de Aduana, se estrenó un llamativo film, Masonry Fratricide; una adaptación tardía del libro de Ferdinand Paulsen, el olvidado autor danés de la flamígera década de los sesentas, Siglo XX. El estilo de la proyección es documental, y honra al autor del libro con una que otra escena matizadas de literatura y poesía; matices que bien podrían evocar trazos de Hitchcock o Alan Poe. A lo largo del film, la cámara opera como la pluma de un cronista bélico con espíritu de derrota. De igual modo, las escenas que describe dan cuenta del carácter simbolista de la proyección cinematográfica.

La primera escena muestra una necrópolis; en el pórtico, una inscripción lapidaria: History’s Cemetery. El lugar respira una atmósfera penumbrosa y lóbrega; las tumbas están anegadas de una arena mortecina. La cámara, en primer plano describe una escuadra y un compás medio enterrados. Entre tanto, las notas flameantes de Tocata y fuga de Bach van de la mano con la cámara.

Luego, un corte a una imponente biblioteca atareada de telarañas y melancolía. La cámara pone en primer plano una enciclopedia incompleta; en lo lomos de aquellos voluminosos libros se puede leer en letras lúgubres: Historia de un derrumbe. Por otra parte, no podría asegurar si los ilusorios espectadores en la sala del Ayacucho empleaban su intelecto para comprender aquellas imágenes con sabor nebuloso y gris; como la del salón donde se detalla en el piso huellas de zapatos de hombre y en una de las paredes, con letras capitales, se lee: “Los pasos perdidos.”

Ahora bien, cabe destacarlo; hay una escena de corte arqueológico. Como un ojo indiscreto la cámara se demora en una suerte de pergamino astroso; interroga cada parágrafo y se detiene en uno. En ese instante el espectador tiene ante sus ojos letras aumentadas que le declaran:

“(…) ¿Masonry Light? ¿Acaso es el futuro de esta añeja institución? Es bastante probable que esta tendencia esmirriada termine imponiéndose. La Web es su soporte abominable; porque como los espejos se han encargado de saturar a la Internet con información, desinformación e infoxicaciones de un presunto discurrir Masónico; es decir, no le ha dejado nada a la imaginación (…).Recordemos que la médula sustanciosa de la Masonería son sus rituales misteriosos. Estos constituyen su atuendo majestuoso; es lo que la ha hecho atractiva en grado superlativo a lo largo de más de dos siglos (…); no es enriquecedor que se multiplique por la Web, a través de incontables correos electrónicos y blogs, declaraciones de dudosa “ortografía” Masónica como aquella de que La Masonería ya no tiene secretos, sustentadas con unas imágenes insensatas en las que se registra los detalles ritualistas de una iniciación (…)

” (…) Tanto más cuanto a esta escuela emergente de la Mansonry Ligth, hija de la pereza mental, es alimentada por sus apóstoles con doctrinas ligeras que, lejos de interpretar y señalar caminos, sumergen a la Augusta Orden en un caos absurdo (…)”.

La cámara deja de leer el trozo del documento, y, acto continuo, con soporte de imágenes que describen seres humanos desnudos transformándose en un congreso numeroso de cráneos; emerge una voz narrativa diciendo: “Es conveniente advertir que el post modernismo es inclusión y pluralidades; la Masonería no está excluida de él. No obstante, el concepto post modernidad es inaplicable al discurso activo y concreto de la Orden Masónica; a todos y cada uno de los Ritos que ejecuta. De lo contrario, la añeja y venerable institución de la Escuadra y el Compás quedaría diluida en un insondable, incoloro e insípido agujero negro de antimateria. Porque la Masonería es una especie de patrimonio inmaterial de la humanidad; una pieza arqueológica viva que ha de responder positivo siempre a la prueba del carbono 14 del tiempo y de las modas. Sus Constituciones y Estatutos Generales han de salvaguardar por siempre esta esencia identificable (…)”.

Y a esta voz grave le agregaría que es compatible la apreciación de jure contractualista a las sociedades secretas; su inmanencia relativa al objeto social de todas y cada una de ellas. Como el de una potencia Masónica determinada en la decisión legítima de observar un Rito; el que lo ha definido en sus Estatutos Generales como su Objeto Social, y cuyos miembros se adhieren a él bajo juramento; de hecho, el asociado Masón –cualesquiera sea la potencia, Oriente, Rito a que pertenezca— está en el deber de realizar todos aquellos actos que según las circunstancias sean benéficos a los intereses del objeto social de su respectiva asociación Masónica, llámese Logia, Gran Logia o Supremo Consejo; este deber de fidelidad constituye algo más que una aplicación particularizada del Principio de la Buena Fe que debe reinar en todas las relaciones contractuales –y la Masonería con su Constitución y Estatutos Generales, inspirados en los antiguos Principios y Rituales conocidos, lo es—; y tiene la virtualidad de crear entre todos los socios o asociados un auténtico principio de hermandad, que es fundamento de la Confianza Mutua, sin el cual es imposible el buen funcionamiento de un ente colectivo como lo es la Masonería; en consecuencia, todo aquel que se aparte de este conspicuo elemento normativo del Contrato Social Masónico –establecido por la Constitución Masónica y Estatutos Generales— traiciona su palabra y transita por las líneas negras de la irradiación.

Las lamentables escenas presentadas en telón melancólico del Ayacucho representan una prueba del futuro de la Orden Masónica para aquellos que falten al confianza mutua y a su palabra de hombre libre y de buenas costumbres. Sin embargo, cuando salí de aquel escenario me sentí gratificado por saber que tales circunstancias pueden ser transformadas si nos damos a la tarea edificante en los talleres de trabajar en confianza mutua y en olor de buena fe.